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JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ MARTÍNEZ

EL ÚLTIMO RELATO DE LAURA

“Hijo de las sombras”

 

La noche se asomaba por el horizonte y el niño se estremecía en la silla, nunca le había gustado la oscuridad, con el frío, la soledad y el terror que irradiaba. Su madre, cada día más preocupada por su hijo, había decidido que ya era mayor para superar sus miedos; así que lo llevó a la cama y deseándole las buenas noches salió por la puerta ignorando las llamadas de su hijo. El pequeño intentó conciliar el sueño, no tenía tanto miedo, en su mesilla había una pequeña lucecita. El niño observaba las sombras que los muebles producían en la penumbra, sombras que poco a poco fueron transformándose en sus peores miedos. El niño siguió llamando a su madre hasta que, cansado de que nadie lo escuchara, comenzó a recordar la causa de sus miedos; la oscuridad volvía a llamarle con una voz dulce y tentadora y él, desesperado, se protegió tapándose con las mantas.

- No voy a hacerte daño, solo quiero que vengas conmigo – decía la oscuridad.

El niño temblando de miedo se aferró más aún a las mantas haciendo caso omiso a la llamada de la oscuridad.

- ¿Realmente piensas que así no te veo? – insistía ella – conmigo serás más feliz.

El pequeño volvió a llamar a su madre, pero esta vez gritando, con lágrimas en los ojos; pero nadie escuchaba, nadie contestaba, nadie vendría a salvarlo. La oscuridad reía y reía, pero no porque estuviera alegre, sino fría y cruelmente. Se fue acercando al niño, poco a poco, hasta que apagó la pequeña lucecita de su mesilla y con ella toda esperanza del niño.

- Tu madre no puede oírte, solo estamos tu y yo – decía dulcemente – pequeñín no tengas miedo, solo quiero enseñarte mi mundo.

El niño aterrado contestó a la oscuridad:

- No quiero dejar mi casa, mi madre me quiere y no quiero vivir sin luz

La oscuridad estalló en una sonora carcajada que llenó al niño de una terrible sensación de soledad y abandono

- Tu madre no te quiere, ¿Por qué sino te ha dejado solito esta noche?

El pequeño intentaba cada vez más desesperado sacar de su cabeza todos aquellos pensamientos que la oscuridad iba metiendo; todo aquello era mentira, su familia lo quería, no estaba solo. Pero todo aquello era inútil, no podía luchar contra ella, solamente era un pequeño niño de tres años.

- ¡Déjame ya en paz! No me gusta tu risa, me da miedo – gritó a la oscuridad

Y ésta volvió a reír con la potencia de un trueno, haciendo retumbar las paredes y vibrar los libros de cuentos. El niño no podía más, estaba aterrado, su madre no vendría, de eso estaba seguro. La oscuridad entró en su mente, induciéndole más miedo del que sentía, el pequeño intentaba resistirse aún a sabiendas de que no era posible.

- Sabes que no puedes resistirte pequeño, no malgastes fuerzas intentando plantarme cara, porque es inútil – sonaba en su mente.

Su cabeza se llenó de oscuridad, de miedo, de frío, de soledad; ya no tenía sentido resistirse a ella, ella formaba parte de él. Sus ojos, antes azules como el mar, no se distinguían ahora de la pupila y arrebataban toda su luz a todo aquello que miraran, su rostro se tiñó del pálido de la luna y sus pequeñas manitas ya no temblaban, ahora reposaban tranquilas sobre sus piernas cruzadas encima de la cama. Miraba a la oscuridad sin ninguna emoción en su rostro, con mirada fría y serena.

- ¿Aún crees que este es tu sitio? – preguntó dulcemente la oscuridad

- No, mi sitio es la noche – contestó con una voz monótona, sin reflejar ningún sentimiento – soy hijo de las sombras, hermano de las estrellas, mi casa es la luna.

La oscuridad satisfecha con su contestación le tendió la mano, oscura y fría.

- Coge mi mano y te mostraré tu nuevo hogar.

El niño aceptó su mano y junto a ella desapareció en la noche, fundiéndose en ella, abandonando su mundo, integrándose en el de las sombras.

 

 

 

 

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